A más RTs, peor la caída…
…o las dos definiciones de “EUFORIA”.
Cuando acabas cualquier proceso de tu proyecto o película, ya sea el guión, el rodaje, la post-producción, el estreno, no es difícil caer en ese estado de ánimo llamado “euforia”. Llevas años bregando con el proyecto y por fin ves tus sueños materializándose en varios discos duros (o latas de negativo) con buena mezcla de audio y corrección de color. A ese chute de felicidad se le van añadiendo capas de alegría según vas enseñado lo que lleves, a la peor mezcla de sujetos: los friends & family.
Ellos te felicitan, te dan ánimos y te dicen lo mucho que les gusta lo que ven porque te quieren, y porque de alguna manera han formado parte del proceso y han vivido, aunque sea desde segunda fila, la magia de que alguien que conocen ha esculpido en celuloide (o en datos) una historia para la posteridad.
Y desde aquí llegamos a la primera definición de euforia:
Estado de ánimo propenso al optimismo.
Al optimismo extremo, diría yo. ¿Y por qué no? A todo el mundo le encanta tu película. Gente cuyo criterio valoras ha llorado, ha reído, viéndola. ¿Por qué no elegir ya la televisión de 90 pulgadas que quieres para el castillo que te comprarás en el sur de Francia?
Pues para echar más gasolina al fuego, hay otra fuente peligrosa de euforia. Se trata de la euforia fabricada en la comercialización de películas independientes como forma de llamar la atención del público.
El origen de esta técnica la tenemos en los grandes estudios de Hollywood. Convierten el estreno de películas en grandes acontecimientos cuyo peso sociológico es tal que te hacen sentir como un perfecto idiota si no acudes al estreno. A eso le suman, como dice Edward Jay Epstein en The Big Picture: Money and Power in Hollywood, las pseudonews (mentiras fabricadas en forma de noticias en las que te cuentan que la película ha arrasado en Singapur o que el público –en el caso del género de terror- se ha salido de los screenings horrorizados) y de los pseudopraises a través de los making of y entrevistas en las que rodar la película ha sido poco menos que una experiencia trascendental de amor, buen rollo y admiración mutua entre el talento y el equipo.
La pena es que, como decía, esa impostura se ha trasladado al cine independiente con una gran diferencia: dónde en Hollywood tienes un ejército de publicistas y PRs, en tu película te tienes a ti mismo con tu Twitter y tu Facebook, es decir, a un solitario francotirador armado de una cerbatana. Y entonces puedes caer en la tentación de vender euforia haciendo públicas las reacciones de tus friends & family, exagerando con ingenuidad procesos normales en la comercialización (presentación de una imagen de tu película, de un teaser o del tráiler), maquillando tu biografía, restregando tus premios (sean importantes o no), augurando temerariamente éxitos espectaculares para tu película. Todo con la buena voluntad de generar expectación.
Sólo que me temo que no funciona así. Creo que en estos casos lo único que consigues es dañar tu reputación si las cosas no salen como has vendido. Acude a las estadísticas y comprueba que el triunfo es una exótica flor que brota MUY raras veces. No quiero decir que no le vayas a pegar, pero espera lo mejor y prepárate para lo peor. Recuerda que cuanto más subas más dura será la caída. Y cambiarás euforia por humillación.
Habla de las virtudes de tu peli, eso sí, pero hazlo con humildad y honestidad. Creo que eso vende más que una euforia inflacionada.
Y acabo con la segunda definición de euforia:
en el griego clásico significa fuerza para soportar.
Esa es la euforia buena, la que necesitarás y que deberías tener.