La atmósfera cinematográfica es rey.
Imaginemos el siguiente ciclo de películas: Angel Heart de Alan Parker (Horror, Mystery, Thriller), Fargo de los hermanos Coen (Crime, Dramedy), Ratatouille de Brad Bird y Jan Pinkava (Animation, Comedy, Family) y The Duellist de Ridley Scott (Drama, War).
Lo primero que pensaríamos todos es que al programador de tal ciclo se le ha ido la mano con las drogas de Heisenberg (el de Breaking Bad). Pero claro, todos hemos participado en un cine-club o grupo de amigos cinéfilos y precisamente el tipo con gafas de pasta que elige la película no encaja en el perfil del consumidor habitual. Así que pensemos más. Todas las películas son de distinto género, distinto target, distinto presupuesto y distintas décadas y sin embargo tienen algo en común. Y no, no tiene que ver con taquilla o con actores y actrices que se enrollaron durante el rodaje o con el hermano menos conocido de los Bichir.
Vale. Si no han adivinado, se los diré: es
Este post cierra el ciclo de fuentes de las que puede manar tu historia (tras la idea, la idea controladora y los personajes) y olvidarnos de la atmósfera sería olvidar una de las mayores fuentes de inspiración que podrán encontrar. Hay casos en los que primero vino la atmósfera y luego la historia. Y no son pocos.
Como cuenta Linda Seger, en su libro, Making a Good Script Great: el guionista William Kelley en los 60as, estudiaba en un seminario cerca del condado de Lancaster, Pennsylvania dónde tuvo ocasión de observar a los Amish. Poco a poco se familiarizó con su modo de vivir y su personalidad, y de ahí salieron distintos guiones para la ABC y hasta para un capítulo de la serie Gunsmoke (?? en México). 20 años después se encontró con otro guionista (Earl W. Wallace) que conocía bien a la policía de Pennsylvania. De ahí nació Witness de Peter Weir, uno de los mejores ejemplos de atmósfera impecablemente construida que se puede encontrar en el cine actual. Ahora imaginemos esa misma historia pero ahora el niño de “Witness” es testigo de un asesinato en una de las calles de Nueva York. Sería OTRA atmósfera y dudo que funcionara igual.
Otro ejemplo: gracias a la perseverancia del productor Jeremy Thomas y a la militancia de Bernardo Bertolucci al Partido Comunista, el Gobierno Chino accedió que se rodara en La Ciudad Prohibida, The Last Emperor, renunciando a más de 13 millones de visitantes que acudían en aquel entonces (hasta se impidió que fuera al rodaje a la Reina de Inglaterra en una visita oficial). Un kilómetro cuadrado de locación, 9,999 habitaciones (sólo el cielo tiene 10,000) y al Ejército Chino dispuesto a hacer de bulto. Y si sumamos a Vitorio Storaro de fotógrafo, estos maestros del cine nos transportaron a TODOS a –literalmente- otro mundo.
Yo clasifico las atmósferas en 3 grupos:
– Lugar: El lugar comparte protagonismo con los personajes. Lugares que no conocemos por exóticos, lejanos o peligrosos. Sales del cine con la sensación de que ya has estado allí. Y que quieres volver. Ejemplo: The Beach de mi tocayo Boyle.
– Tiempo: Nos transportan a otra época, futura, pasada o alternativa. Aquí ayuda mucho el vestuario y el acento… y en estos días en los que no te puedes fiar ni de la existencia de las chicas Playboy… los green screens. Ejemplo: The Age of Innocence de Martin Scorsese.
– Oficio: Mi favorito. El tiempo puede ser actual y el lugar, el barrio de la esquina, pero te sumerges en un mundo absolutamente desconocido para ti: los homeless, el hampa, la cocina de un hotel, y así. Aún quedan muchos de estos “mundos” por explorar y es una atmósfera tremendamente fértil que rema a favor de conseguir que el espectador experimente justamente eso: ser espectador, o eso que llaman el efecto de vida vicaria: que se mire en el espejo de otro. Ejemplos: El Padrino 1, 2 y 3 de Francis Ford Coppola.