A mi JEFA
Mi mamá ya no caminaba, ya no veia, ya no hablaba. Su vida estaba contenida en un cuerpo envejecido. Su dignidad la había abandonado.
La pérdida de alguien tan cercano nos manda siempre a la pregunta de la existencia misma. Rabinos vienen, rabinos van y nos explican qué es el “alma”. Si se crea antes de la concepción o durante la gestación? Cuántas almas pueden haber en el universo? Si existe la multiplicidad de las almas? Y si esas almas tienen la facultad de despertar?
Pero todo es un misterio y también una ilusión que nuestro conocimiento, nuestro vocabulario y nuestro idioma sólo acarician… y superficialmente.
De esta ilusión sólo queda la tristeza, ella muy real y muy profunda y nos mantiene en la frontera entre la esperanza y la desesperanza. Esperanza porque sabemos que mi mamá está mejor y desesperanza porque mi mamá ya no está con nosotros. Pero yo quiero huir de esa frontera. Entonces camino y camino pero llego a una ‘inesperanza’ (palabra que me inventé).
Y así, me quedo pensando en esa palabra inventada cuando llega la noche: “Inesperanza” y me da consuelo. Y es entonces que encuentro nuestro universo hermoso, irrebatible, inexcrutable. Pero de inmediato, me doy cuenta que todo es caducable: mi familia, los que quiero, yo. Peor aún, veo nuestro universo como un escenario de sufrimientos donde todos comemos y donde todos somos comidos, y me doy cuenta que nuestro universo es intolerante, misterioso, cruel. Y al final, siempre me falta una palabra, una palabra que explique toda esta belleza del universo y toda esta crueldad del universo. Y no logro inventar otra palabra que me de consuelo.
Pero ayer por la noche encontré la respuesta: ESTO ES la vida misma: EXISTIR y CO-EXISTIR en este universo de opuestos. Blanco y negro. Alegría y tristeza. Vida y muerte.
Y se los digo con la tranquilidad de SABER, sin NINGUNA DUDA, que mi madre está mejor ahora: ya camina, ya ve, ya habla… y ya esta con mi papá. Y los dos me sonríen.